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Bucaramanga, Santander, Colombia

miércoles, 15 de abril de 2020

Lo de hoy y lo de siempre


Entre grandes páginas y nocturnos encuentros, se desdibujaron tiempos y ensoñaciones; vástagos de aprendices retoñaban con el caer de los días, en abril los cielos son de Aries, los de agosto dicen que son del diablo, cultura popular y fetiches de algunos ancianos; la mezcla de cortinas amarillentas y cabelleras despelucadas que asoman sus desteñidos corazones por las ventanas, hacen especular al vaho de sus hogares y se evapora con el aplauso de sus días; ya son 15 lunas de encierro y la gente ansiosa llora porque no puede ir a vitriniar al centro comercial y si les alcanza el bolsillo, tal vez babosear un helado. Absurdos pensamientos abundan en los barrios, entre paredes cargadas y mentes desocupadas, tanto miedo a la soledad ha hecho que se aburran consigo mismos, temiéndole al silencio y a una que otra pintura de mi autoría, y también a Fénix, todo porque es un gato que decidió nacer de negro; quieren atragantarsen con la ostia de la misa y así ser salvos de su soledad, quieren regalar su sueldo al pastor del tiempo y así comprar el perdón de su avaro sacerdote; pareciese que a estas ovejas les encanta el calor y el sudor de las masas, el ruido enceguecedor de los carros y el llanto de los niños sedientos por una selva libre de narcotráfico; se asolapan, se incomodan, se fastidian, tanto como del oficio del pintor o del lector de la vida, que describe versos al caer el día.
Es evidente que estoy hablando de un pueblo y de un barrio, trato de negarme a mi particular estilo de la metáfora y del símbolo en mis narraciones; trato de hacerme deducir para que luego no exista el pretexto de la famosa educación y que pobrecitos, no saben leer y por ende, escribir y entender y reír; pero sí saben perrear y consumir las lascivas tardes y noches de sus canciones, sí saben consumir las oraciones prescritas de sus frentes, manchadas algunas veces por la salvación de un carbón tan duro como lo son, sus civilizaciones. La humanidad que olfatea estas imponentes montañas en Santander, pretenden ensuciar con sus murmullos y salivazos la tierra que protege la verdad del hombre, aquél hombre que es desterrado por escribir pétalos con la luz del día, aquél hombre que se encierra en su cuerpo dispuesto a sentir la magia de la brisa, el calor del agua y la belleza en la llama de la vida, escogiendo a la noche como su guía.
Un helicóptero pastorea la ciudad, ya que las ovejas deben estar bien guardadas y guiadas hacia la verdad, hacia su verdad; pero desde el fondo de la cuadra se interrumpe el Vallenato de la esquina y el alarido de una trémula voz, irrumpe en una nueva técnica de pedir monedas; 5 y cuarenta y 5, aquél griterío hizo que los perros empezarán a ladrar, las vecinas asomaban sus cabelleras despeinadas y nuevamente con el tinte descolorido ocultaron el vaho de sus canas y el amarillo de sus ganas no se hizo esperar -un loco entró al barrio- dijeron algunas espantosas señoras, sólo gritaba monedas, vociferaba asustado en nombre de toda su familia; pide medicamentos, algo para masticar,  pregona que el gobierno no lo quiere apoyar; este nuevo método consiste en gritar por la mitad de la carretera ya que es más fácil  que ir puerta a puerta tocando las rejas y así, evitar algún contagio; algún virus extraño, hijo del humano. Algunos niños salen y le tiran panes, -otros prefieren reír de hambre- dice el cómico del frente; las nubes han ocultado al sol desde temprano y nuevamente la noche, espera el famoso aplauso.

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