Casi siempre mis babas se derriten en los espejos y esa
angustia se desliza cálidamente hacia el sendero de mi ocaso; por las noches de
frío, muero con los gatos en los matorrales inmorales de mi olvido y desde
allí, propongo discursos elocuentes para desenmarañar la distancia que se
arruncha en la esquina del insomnio.
El mausoleo fue abierto para que tus párpados abominables,
se bañaran con la delicadeza abrupta del engaño gris, del silencio azul; mares
que se tiñen en el umbral, soles que se acuestan con la verdad, voces que
suscitan la mirada vergonzosa de la cansada tierra. Desde lo lejos observo que
el agua se acerca y un pájaro llora, la inolora canción del otoño canta sobre
el crepúsculo ocular, llevando mis manos hacía el vacío extraño, del presente y
suavizando mi dolor con el temblor de mis muelas. Ah, las palabras se
encuentran caídas y el azul ya es gris; ah, los versos sueñan con las luces de
Saturno, para desenredar las vueltas del corcel. Ah, un tercio de razón que
clama por las discrepancias de mi torpe sabiduría y bajo las tildes de mi
cuerpo; ah, despierto en el prado seco, verde de mi ayer.
La promesa consistía en dejar que mis manos desdibujaran las
olas, meciéndosen sobre el absurdo disfraz del tiempo, mis piernas aletearían
paráfrasis con el viento y mi cadera reposaría sobre lumbales cálidos al
amanecer; pero mi crepúsculo supo burlarse de mí, y hoy, rompo páginas de mi
realidad, ya no encuentro preguntas para mi verdad y es así que deambulo entre
sueños, cansados de tanto andar; se disipa la molestia para algunos, pero entre
tinieblas cantan gemidos y se hacen llamar humanidad, hombres de moral, seres
de verdad, quienes tiñen de tinta los rostros párpados del presente y entre bóvedas
pasadas, revolotean sus ojos para adornar la basura blanca que flota sobre el
mar.
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