Una timidez desengañadora es la que
precipita la marea del alado, una concurrente autopista se asoma sobre el lente
opaco y un hermano esculpe los elocuentes discursos en el campo; un nombre cae
de tus labios y es ahí donde las trompetas se derriten, donde la plaza es
pública y los ladrillos se distorsionan para atravesar el cansancio de unas
manos; manos velludas, aceleradas en el baile de tus poros para que el Ocre
desdibuje la marca trazada en tu piel y las hormigas construyan aquellas fosas
intachables de mi arquitectura estelar. El anunció es determinado cuando el
preámbulo discurre por los cielos, un silencio enviste la Tierra y el Universo
expele llamas por los vientos, y así; una vez más, nace y renace la somera
cabellera que reluce con la muerte actual del vacío que nunca será llenado.
Rerum natura es una propuesta que nace
de la profunda inquietud diaria que nos ofrece la naturaleza de los tiempos, de
las cosas, es decir; una pequeña mirada que intenta pronunciar sílabas
elocuentes al contemplar el camino que nos rodea la vida, el vuelo de los
pájaros, la caída inerte de las hojas, el susurro de los peces, el destello
fugaz de las abejas, el desplazamiento del escarabajo por la aurora, el canto
sincero de los truenos, el ruido bramante de las olas, la petrificación de los
átomos con el aire, la bella putrefacción de los cuerpos y por ente, la vida
regeneradora que se desprende de ellos mismos. Desde mi pequeña visión, intento
manifestar mi interpretación de algunos estudios simplistas de la línea, la
forma, el espacio y el formato; materiales reales con el que se vuelve adhesivo
el carbón, escudriñando en las afueras de la realidad en aquellos seres vivos
como los son: los Ajos, los Pimentones y las Naranjas, para de ésta manera
poder escupir aquellas dudas que refutan el constante ir y venir de los
vientos, anunciando o plasmando así una pequeña muestra de un pensamiento
tardío que pretende ser un objeto más de estudio por mi testarudo conocimiento
inconforme; en verdad, rerum natura no deja ser uno más, de esos pensamientos
que vuelan y revolotean, una vez ya cansados; se dejan atrapar por mis bastas
manos, se dejan acariciar por mi vulgar ojo y sirven de alimento continuo para
mi insaciable hambre, justo ahí, empieza el eterno trabajo de mi paladar
mundano, qué lo único que hace es moler, masticar, chasquear, tragar, digerir,
volver a masticar, vomitar y continuar con su alimento, para de ésta forma
intentar calmar aquello que muy sensatamente intenta manifestarse en la
cotidianidad de la vida, en el diario vivir, es allí donde reposa toda la forma
abstracta y explícita que el universo intenta enseñarnos, es allí en donde
nuestros cuerpos sirven de puentes transitorios para que la luz abrace a la
oscuridad, para que la Tierra flote en los Océanos, para que la lluvia endulce
al cálido fuego y puedan suspenderse en la armonía discreta del ruidoso caos.
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