El perdón se inventó en aquella noche y de repente las
vidrieras de las catedrales se oscurecieron; mis ojos se cansaron de tanta luz
de la mañana y la verdad no oía lo que me hablaban, empecé a caminar cada vez
más lento, mi cuerpo y mis letras se dirigían hacia el abismo del pasado y
junto a las canciones de septiembre, el nocturno visitó mi frente. ¿Qué puede
hacer un mortal que no aprendió a volar? ¿De qué forma se derriten los tiempos
mientras las manos se dilatan con el viento? ¿De dónde provienen aquellos
sonidos que se confunden con el aroma de la sábila y que su amarga y
amarillenta imagen duerme delicadamente en mi paladar?
La ventana está abierta y así el viento ventila mi cabeza,
fui condenado en febrero junto a doce escritos de mi autoría; éstos símbolos
sólo estaban allí para que un aprendiz se confundiera más con el oficio del
taller y mientras el ave vuela por la jaula, un amanecer se destruye en mi
cadera. El mar es azul, dicen los hombres; pero los que estuvimos en el fondo
sabemos que sus aguas y su espuma, son brillantes como el verde esmeralda de
tus entrañas, aunque ellas sueñen con el vuelo de las jaulas, aunque ellas canten
cuando el alma se le escapa; quiero asomar mi fuego junto al alba y derretir el
silencio que duerme con mis alas, dilatar la somera calma para mitigar
preguntas con las tildes al revés. Es el saber algo incierto y lo que dice mi
dolor es que debo esperar a que llegue aquella confusa mirada que palpita junto
a las cavernas del ocaso, la que esconderá el sol en su garganta, la que
vomitará la tierra mientras todos estemos en casa.
El rayo ha caído y en su descenso un color ha soñado el
sueño mítico de todo soñador, rojos amaneceres insisten en ser descritos por los
labios, cuando doblan las hojas blancas de sus ideas; pero aquel coro de
relámpagos besa la noche con su delicada canción y una vez más mis ojos, ya
cansados, permiten que yo sueñe con la locura vestida de azul razón. El humo
asfixia la avenida y la gritería besa los oídos de las paredes, es de noche y
todo soñador despierta sin su inocente respiro; desde el horno se escucha lo
que el fuego acaricia y el ladrido de los perros hace que el color escupa
sílabas incomprensibles por tu lengua.
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