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martes, 7 de abril de 2020

Volviendo de aquel absurdo encuentro milenario



Los pájaros retumbaron en las bóvedas y los manuscritos volaron por las habitaciones  rosadas;  has ofrecido tus dientes para que los perros no suban por las escaleras, creyendo que así separarán lo onírico de lo irreal… Estallando con las carcajadas señoriales de aquellos hipócritas qué se enredaron con los tormentos del pasado  y sus abuelas durmieron en las piernas nocturnas del azar, administraron la dicha de su deidad, convirtiéndola  en largas filas  para estacionar sus friolentos calambres en cualquier mañana de Junio. Una vez acostados sobre sus dedos; festejaron, alimentaron y bebieron de su cuerpo, creyendo estar alentados con el cebo vitamínico qué indigestó el bello canto de Prometeo.
En una tarde singular estacioné mi barca sobre la orilla de su aparatosa cima; caminé junto a sus candelabros virginales y mis pasos se alumbraron con la apestosa voz qué tanto deslumbró a sus renombrados célebres  de la comedia; con mis manos capturé la luz del eterno rayo en la noche implacable y desafié a la terrible sombra con mi  intrépida locura, locura en la cual sus ojos temieron impetuosamente, señalándome por  destrozar las baldosas qué con tanto sacrificio habían cubierto  los suelos de sus absurdas, obscuras y ostentosas  catedrales; desatornillé la máquina del futuro y ordené con mi elemental trazo dormir sobre el lejano presente, para desdibujar  sus fantasías vulgares que tanto habían desmembrado  el  bello césped racional. Como cuando una simple gota irrumpe en la turbulenta superficie y silencia el caos producido por el aleteo de esos gordos pajarracos; como cuando la bestia acecha en la manada servil y el cordero grama escandalizado por que perderá su cómoda vida pastoral, derramando abrazadores quejidos por el infinito espacio, temerarios de la fuerza gravitacional de mis manos qué destrozarán todos esos huevos fucsias impuestos por el escandaloso cacareo de sus amaestradas gallinas.
Luego; de un interminable silencio, pude acostarme en los azules mares qué en su noche celebró Poseidón  con la augusta dinastía y sus radiantes corceles dorados remaron por los eternos cielos   brillando con las inmemorables luces de tu voz; otra vez juntos,  aunque sea por un instante, inmediatos como el nocturno Otoñal de mis ensueños y detonados por el innombrable amor de tus ojos, que siempre han visto escurrir a mi indescifrable dolor cuando pretende huir de mi canto, hoy; simplemente intento delinear la brisa de tu mirada para poder volar cálidamente con tus insuperables alas de cristal y sumergirme con el viento rígido de mis anhelos, sentarme frágilmente en tu ocaso sin determinar los segundos en el espacio y así mismo danzar en tus adentros más cercanos a mi colosal existencia.

Tomado de “Propuesta 1408-804” 2015

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