Los pájaros retumbaron en las bóvedas y los
manuscritos volaron por las habitaciones
rosadas; has ofrecido tus dientes
para que los perros no suban por las escaleras, creyendo que así separarán lo
onírico de lo irreal… Estallando con las carcajadas señoriales de aquellos
hipócritas qué se enredaron con los tormentos del pasado y sus abuelas durmieron en las piernas
nocturnas del azar, administraron la dicha de su deidad, convirtiéndola en largas filas para estacionar sus friolentos calambres en
cualquier mañana de Junio. Una vez acostados sobre sus dedos; festejaron,
alimentaron y bebieron de su cuerpo, creyendo estar alentados con el cebo
vitamínico qué indigestó el bello canto de Prometeo.
En una tarde singular estacioné mi barca sobre
la orilla de su aparatosa cima; caminé junto a sus candelabros virginales y mis
pasos se alumbraron con la apestosa voz qué tanto deslumbró a sus renombrados
célebres de la comedia; con mis manos
capturé la luz del eterno rayo en la noche implacable y desafié a la terrible
sombra con mi intrépida locura, locura
en la cual sus ojos temieron impetuosamente, señalándome por destrozar las baldosas qué con tanto
sacrificio habían cubierto los suelos de
sus absurdas, obscuras y ostentosas
catedrales; desatornillé la máquina del futuro y ordené con mi elemental
trazo dormir sobre el lejano presente, para desdibujar sus fantasías vulgares que tanto habían
desmembrado el bello césped racional. Como cuando una simple
gota irrumpe en la turbulenta superficie y silencia el caos producido por el
aleteo de esos gordos pajarracos; como cuando la bestia acecha en la manada
servil y el cordero grama escandalizado por que perderá su cómoda vida
pastoral, derramando abrazadores quejidos por el infinito espacio, temerarios
de la fuerza gravitacional de mis manos qué destrozarán todos esos huevos
fucsias impuestos por el escandaloso cacareo de sus amaestradas gallinas.
Luego; de un interminable silencio, pude
acostarme en los azules mares qué en su noche celebró Poseidón con la augusta dinastía y sus radiantes
corceles dorados remaron por los eternos cielos brillando con las inmemorables luces de tu
voz; otra vez juntos, aunque sea por un
instante, inmediatos como el nocturno Otoñal de mis ensueños y detonados por el
innombrable amor de tus ojos, que siempre han visto escurrir a mi indescifrable
dolor cuando pretende huir de mi canto, hoy; simplemente intento delinear la
brisa de tu mirada para poder volar cálidamente con tus insuperables alas de
cristal y sumergirme con el viento rígido de mis anhelos, sentarme frágilmente
en tu ocaso sin determinar los segundos en el espacio y así mismo danzar en tus
adentros más cercanos a mi colosal existencia.
Tomado de “Propuesta 1408-804” 2015
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