Una dulce y cristalina mañana se baña de sílabas perdidas,
un oscuro amanecer se distrae con las ventanas amarillas de una caritativa
sonrisa; luego, esa misteriosa armonía se distrae y trae consigo un elocuente
sonido parecido al gemido de los perros, cuando desesperadamente desean ser
amamantados por la perra que los vio nacer, es así que comienza la travesía de
un pobre versículo, esperando ser leído por la mísera atención de un lector
incapaz de sostener la valiente mirada sobre sus cuencas, pálidas y sin belleza.
El prófugo levanta por fin su cabeza y del estanque aquel
anima a su cuerpo para que también lo haga, entretejiendo cosas del pasado con
el futuro lejano en sus manos y desdibujando viejos atardeceres en el vientre
de los cuerpos que habitan las aceras de la noche; si, las caderas en las
calles y los pasos sonrosados llenos de fluidos extraños, pero a veces bien
pagados, son los que mantienen viva la sangre de este silencioso y cautivo
anciano, que disfruta lentamente del gris color, harapiento y destrozado, tanto
como el aroma que le regala los vientos para su intrépida sinrazón consuelo.
La mierda de los gatos se incrementa en sus sueños y el
simio que baila se ríe por las tardes, se burla y se mofa, escondiéndose las
muelas porque aún él no ha logrado entender el enigma que los dioses le
entregaron, bajo la rareza de febrero y sobre las mil formas que esconden los
cielos, de repente y desde la espuma del
océano, quisieron devolverle la sal que su cuerpo tantas muertes necesitaba;
ojos negros con sombra en la mirada y labios secos por el tinto que le besaba,
una bestia, única y aclamada por los dientes que gritaron: ¡aleluya, aleluya,
el señor por fin murió! era la que de
paso lo visitaba… en sus sueños, en sus huesos, al menos una vez por mañana.
Versaron el tiempo y junto al hielo se escuchó el parpadeo
de las flores, de los montes, de algunos soles y de tan sólo un hombre que
pretendió conquistar a la desdicha, cabalgando la garganta de unos monjes que
repetían su nombre bajo el conjuro de un cálido mantra; bella calma, aroma
mortal con lágrimas calvas, hambre sobre sobre sus hombros, crujientes tripas
para el consuelo de sus oídos, masticarse la lengua como ofrenda o morir
caminando en vez de volar; ah, maldita penumbra, densa y volátil que corrige la
ortografía pésima de las conciencias y así mismo destruye las páginas escritas
con las velas de la época.
Me canso rápidamente y me duelen las piernas
2020
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