La
amplificación de los hechos fue determinada cuando el siniestro mensaje mantuvo
tranquilo a los sabios, el paso de los siglos se entretuvo linealmente en las
orillas del náufrago. Unas partituras sencillas arroparon la mirada del
incierto visitante, unas palabras salieron de su cuerpo y la ojeada desesperada
de los aldeanos penetraba con la franca distancia de los tiempos; es preciso
determinar qué cada grano de arena es elaborado con el más riguroso ensueño del
barquero y que el viento arroja mantos sobre las mareas sin misterio alguno,
para bautizar las frases descritas en su aliento.
Junto
a la Aurora; los cielos se enmarañaban visitando la piel del frenético cuerpo y
su león desembocaba en la temprana sonrisa de los niños, una vez observado,
empezaron a escudriñar en su intento cortes, ignorando su elemental apariencia
y su fugaz silencio creador. El pretendido apogeo se manifestó cuando uno de
los grandes civilizados intentó olfatear su sencillo aliento, y el resto;
motivados por la sabiduría contemporánea, chasqueaban las lágrimas de aquel
humano, que simplemente manejaba su remo en dirección humanamente terrenal,
pero su presencia causó más de una noche y mil tragedias, en la comedia
descrita por Céfiro y su viejo libro de los años cuando entretejía las arcanas
visitas sobre el viento y sus lagunas escolares.
En
la más polvorienta soledad, abrumado por el asfalto y carcomido por los callos,
cuando pensaba en el aire y en sus desaparecidas alas de papel; por fin, el
azar ha permitido que el dibujo acompañe sus manos, que delinee el encierro
sometido y que un pigmento Azul desdibuje los salivazos esculpidos por los
aldeanos, cuando en las tardes de abril atormentaban los días de febrero y
rezaban parábolas sacadas de sus fabulas marchitas, separando el cuerpo de su
incognoscible fuego, para de éste modo incurrir con el más doloroso destierro
de la verdad. El león dormía y no despertaba de su orilla, las golondrinas
esperaban ser representadas e interpretadas sobre el agua y una abeja llegó
hasta su hoguera, “ya preparada en la fiesta” elevó un pincel hasta que los
Astros pronunciaron su nombre, su Ocre, su lienzo… el barquero al que apodaban
y llamaban loco; cantó las sílabas de la noche y entre mareas y exilios
pronunció los cuatro vientos y sus números planetarios, cuando sus alas
emplumaban los átomos de la lluvia y eternamente el circulo alumbraba su
despliegue otoñal, el centelleante abismo abrió sus ojos para hundir al
crepúsculo sobre el amanecer; mientras el brebaje ahogaba sus gargantas y con
sus blasfemias se arrodillaban en la miseria del rencor, del perdón, del
sangriento amor; el hombre de la barca desaparecía en el ayer y su león
despertó al revés, voló hasta florecer, cantando los colores con el que fue
escrito éste poema, rojos, verdes, todos los azules y todos los carbones
valoraron las garras del acorde, celebraron el renacer tardío pero exacto de la
noche y alumbraron el camino de la mar, en la que se sumerge aquel qué es
prevenido de la apestosa muchedumbre, el qué con su barba y cabeza calva
exclama la inocencia del niño pintor, dibujante y escultor que ronca en la
playa, para que sus caracolas suenen con los cuerpos, para que su estrella viaje
hacia el misterio y brinque sobre el remolino cuando pretende ser esparcido
sobre la piel de mis sueños, de mis mencionadas canciones. Y el anterior
silencio cautivó a la pirámide con su esfinge; ellas, lo han acogido, le han
enseñado el número infinito del desierto, le han adoctrinado saberes que se
confunden con las luces del nocturno conocimiento cuando bailan en la arena y
vuelan para enredarse en las caricias de sus alas, ya transmutándose en luz, ya
formándose Azul, tal vez Ocre, tal vez Sol y Luna también, viento a la vez y
agua a su vez.
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