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lunes, 25 de mayo de 2020

Algo que visita mi cabeza



Sobre el viento que destella las olas saladas de tu voz, sobre el adiós del olvido que aguarda los cantos marchitos de mis días, el sudor de las arpas y el color de las uñas miran la neblina que se disipa con las horas. En el parque llovían bocas y lengüetazos, y en la casa un poema se escribía; aquel fuego abrazaba la noche y en sus brazos unos coros elevaron mis poros hacia ningún lado, hacia el ocaso de lo humano.

Mi vejiga se humedece y los rayos nacen con las rocas, golpean la razón de mis huesos, deshacen la verdad sobre mi nombre; nuevamente el arpa es disonante y el frío de la realidad es tan íntimo como la sal de tu reloj, la piel arde y el color de los años se rasguña en mis manos, en mis párpados, y el olor de mi cuerpo, llama a gritos al crepúsculo perdido que se escondió, cuando la fiebre gris de mis días, enardecía tristemente, mientras mi aliento se perdía.

Dejé de correr para sentarme junto a la arena, dejé de soñar para olvidar los sueños que soñaron con mis manos, nunca vi las almohadas ebrias de tanto amanecer y el cansancio visitó mi tiempo; mi templo se arrodilló ante mis ojos y me permitió comprender que la mierda nunca florece.

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